En el número 95 de la revista Altamira, del Centro de Estudios Montañeses, he publicado el artículo Abel Puertas Díez, "Rocacorva". Apuntes para una biografía necesaria. Aquí vuelco el texto. También se puede ver en la página web del Centro de Estudios Montañeses:
ABEL PUERTAS DÍEZ, «ROCACORVA».
APUNTES PARA UNA BIOGRAFIA NECESARIA
La provincia de Santander fue una de las últimas en tener una imprenta establecida de manera permanente. No fue hasta los últimos años del siglo XVIII y cuando llegó, no lo hizo por una demanda de la creciente vida económica de la ciudad, sino por la necesidad de dos instituciones locales creadas en los años anteriores, el Obispado (1754) y el Real Consulado (1786), a los que se unió el Concejo de la también recientemente nombrada Ciudad (1755). La historia de la imprenta en la actual Cantabria se inicia, pues, con la llegada del impresor Francisco Xavier de Riesgo en 1791 a Santander, para imprimir todo tipo de documentos y papeletas que necesitaran las distintas administraciones. Sin embargo, el nacimiento de las publicaciones periódicas de esta provincia se demoraría todavía unos cuantos años.
La incorporación de Torrelavega a la lista de ciudades con imprenta no sucedió hasta 1873, cuando se instaló el impresor santanderino Bernardo Rueda Sierra (Santander, 1823 – Torrelavega, 1886) y el 21 de agosto del mismo año apareció su primer periódico, El Porvenir de Torrelavega, con lo que inició una actividad editorial que convertiría a esta ciudad en la segunda población de la provincia, después de la capital, en imprimir publicaciones periódicas. Solo en ese siglo le siguieron[1] El Impulsor (1873), El Progreso (1874), El Duende (1875), El Eco Montañés (1878), El Cántabro (1880), El Escajo (1886), El Dobra (1888), La Juventud (1889), La Montaña (1889), El Fomento (1891), El Liberal Montañés (1897), La Espátula (1898) y El Medio Bólido (1898).
Es muy larga la cantidad de nombres de profesionales que aportó desde entonces y aporta actualmente la capital del Besaya a la historia del periodismo en Cantabria, pero en esta ocasión voy a referirme a unos protagonistas, quizá secundarios, que no suelen aparecer en las crónicas de la profesión, pero juegan un papel trascendental en los medios de comunicación, los corresponsales en las poblaciones menores. Como este trabajo se trata de uno de ellos, que desarrolló su labor en un momento preciso, vamos a plasmar una aproximación geográfica y cronológica de su entorno: el de los corresponsales en la ciudad de Torrelavega en los años de la Segunda República.
Desde Santander, las distintas cabeceras nombraban a colaboradores que tuvieran a los lectores al tanto de lo que pasaba en sus zonas, sin embargo, identificarlos es un problema difícil de salvar por la costumbre muy extendida de no firmar los textos, o hacerlo como «El corresponsal». A pesar de ello, algunos sí han trascendido; entre los que lo fueron en la década de los 30 del pasado siglo XX, se pueden citar a Juan Ortega Galarza, de El Diario Montañés; Paco Cayón, de El Cantábrico; Victoriano del Campo, de La Región y Antonio Ruiz de Villa, de La Voz de Cantabria.
Sustituyendo a estos dos últimos se incorporaron dos jóvenes que fueron amigos desde la infancia. Fernando Gómez Peláez[2] (Torrelavega, 1915 – Fontainebleau, 1995) y Abel Puertas Díez (León, 1916 - ¿?) que usó durante años el seudónimo Rocacorva.
El primero fue corresponsal de La Región, entre noviembre de 1934 y septiembre de 1936, cuando dejó la corresponsalía por haber sido movilizado, y poco después inició una serie de artículos, «Impresiones de la guerra», enviados desde el frente. De Gómez Peláez han escrito varios autores, especialmente sobre su labor periodística comprometida por su propia ideología, pero sin atender a esta época en la que se iniciaba en el periodismo como cronista de su ciudad.
En cambio, sobre Abel Puertas Díez apenas se ha escrito nada, y lo que se ha escrito se ha hecho solo sobre una breve parte de su vida, un periodo que no llega a tres años y sin la debida imparcialidad. No pretendo, con este trabajo, otra cosa que dar a conocer algo más de lo que se conoce hasta ahora, para ofrecer así la posibilidad de conocer una imagen más amplia de un joven que no sobrevivió a la Guerra Civil, pero que antes de su incorporación al ejército republicano fue arrastrado por la violencia del ambiente bélico, como tantos otros que una vez terminada la guerra enterraron, o lo intentaron, en lo más profundo de su memoria, sus propias actitudes y acciones de los tres años de lucha y muerte.
Hasta hoy, las dos aproximaciones a la figura de Abel Puertas más extensas, sin que hayan sido más que unas líneas en textos que estaban dedicadas a distintas cuestiones de la vida de Torrelavega han sido estas:
En su libro La Biblioteca Popular de Torrelavega (1927-1937) Diez años de actividad cultural, quien fuera cronista oficial de la ciudad de Torrelavega, Aurelio García Cantalapiedra, lo citó a propósito de una conferencia que dio en la capital del Besaya, el día 18 de octubre de 1935:
Rocacorva era una joven promesa que, con desbordante actividad se constituyó en uno de los eslabones destacados de Amigos del Arte. Poco después, cuando se inició la guerra civil, se inclinó decididamente por el periodismo. El Frente Popular le encomendó las actividades relacionadas con la prensa, pasando a ejercer la dirección de El Impulsor… La labor de Puertas Rocacorva al frente de esta publicación se contagió del radicalismo que en todos los sentidos y en todos los lugares se movía la vida española, llegando en algunos tristes casos, desde las columnas desde El Impulsor, hasta extremos de dudosa legalidad, aún en circunstancias como las que se vivían entonces en las que la Legalidad con mayúscula estaba rebasada.[3]
La otra obra en la que aparece Abel Puertas es El Impulsor. 64 años de historia de Torrelavega, de José Ramón Sáiz, en la que no hay un texto concreto dedicado a la figura de Abel Puertas, sino que se le cita varias veces en las últimas páginas, que recorren un periodo de tiempo comprendido entre el 4 de agosto de 1936 y el 28 de marzo de 1937, con el cierre del periódico. La primera fecha es la de incautación por el Frente Popular de El Impulsor y nombramiento a Puertas como su director, con dos compañeros, Fernando Bezanilla, el redactor jefe, y Fernando Gómez Peláez, que será movilizado poco tiempo después; hasta el cierre del periódico. Además del equipo directivo, entre los redactores se encuentra el nombre de su tío materno, Fidel Díez Asenjo, o de su amigo Victoriano del Campo, y entre lo colaboradores el escritor Manuel Llano.
Con estos antecedentes era difícil lograr acceder a cualquier información no contaminada con los tiempos de la Guerra Civil por los medios tradicionales de la Historia. Afortunadamente cada vez son más los archivos, hemerotecas y bibliotecas que facilitan el acceso a sus colecciones por medios digitales, lo que me han permitido escribir estas líneas que aspiran a ser un boceto de biografía.
La familia Puertas Díez se instaló en Torrelavega a mediados de la segunda década del siglo XX. Llegaron de tierras gallegas, pero sus orígenes eran de Castilla. El padre, Emilio Puertas García, tapicero de profesión, había nacido en Valladolid el 18 de agosto de 1873. Veinte años después se encontraba en Burgos, donde conoció a la que sería su esposa, Lucía Díez Asenjo, nacida en esa ciudad en 1875, como sus tres primeros hijos: Cipriano (1895), Carmelo (1900) y Claudio (1902). Los otros tres nacerían en León: Horacio (1908), Herminio (1911) y Abel (1916).
Tuvieron una existencia movida, quizá a causa de la profesión o la militancia del padre, un destacado tapicero que también brilló como líder sindical y militante republicano, llegando a presidir el Centro Obrero de Lugo. Poco antes de 1920 llegaron a Torrrelavega, donde parece que se instalaron definitivamente. Emilio fallecería en esta ciudad, en 1932, a la edad de 59 años y su viuda en Vigo en enero de 1957. Su hijo Cipriano siempre estuvo relacionado con el comercio, comenzó como viajante y años después abrió en Reinosa una mercería. Carmelo, mecánico de profesión, permaneció en Torrelavega. Claudio fue ebanista en su juventud, pero después de la Guerra Civil también se trasladó a Vigo, probablemente a trabajar con su hermano Herminio. Horacio, fue guarnicionero de joven en Torrelavega y años después policía en Bilbao. Por su parte, Herminio se hizo representante de comercio antes de cumplir los 20 años y el 5 de diciembre de 1933 inauguró en Vigo, en la calle Príncipe, Almacenes Tobaris (dedicados a la venta de bisutería, bolsos, juguetes y artículos para el hogar) que con el tiempo se convirtió en una cadena que llegó a tener diez tiendas por toda Galicia en los años 50.
El más pequeño de los hermanos Puertas Díez, Abel, llegó a Torrelavega en plena infancia, de modo que aprendió sus primeras letras en la Escuela Nacional de la ciudad, en la plaza del Grano, donde coincidió, entre otros, con Fernando Gómez Peláez, con el que hizo una estrecha amistad, que, en cierto modo, se refleja en las memorias de este. De aquella etapa recordaba Gómez Peláez con gusto a algunos de sus maestros, lo que no tiene nada de particular ya que la labor que realizaban con sus alumnos iba más allá de calendario escolar. Por ejemplo, excursiones bajo al atento cuidado de los directores y profesores de las escuelas públicas de la ciudad, a diferentes puntos no demasiado lejanos, como Suances, Covadonga, el Dobra, Picos de Europa o Reinosa, la primera fue posible por el donativo del Ayuntamiento de Torrelavega, siendo alcalde Isidro Díaz Bustamante,y las otras después de meses de ahorro de los niños.
Los Puertas estaban muy integrados en la vida civil de la capital del Besaya, participando en diferentes asociaciones o colectivos, tanto culturales como sociales. Esta situación y sus cualidades personales hicieron que algunos de los hermanos Puertas Díez, incluso en alguna ocasión su padre, se dedicaron a tareas mercantiles. Principalmente representaciones o, como hemos visto, abriendo establecimientos comerciales. Abel se inició en esta tarea a los 18 años y, mientras viajaba por la cornisa cantábrica como representante del almacén de bisutería del alemán, Otto Menzel, instalado en la calle Jesús y María de Madrid, iba haciéndose un nombre en el mundo cultural de la ciudad. Aunque ya antes se había producido el despertar del pequeño de los Puertas a las preocupaciones políticas y sociales, llevado por las cuales el 12 de junio de 1931 publicó en la segunda página del diario La Región[4] un texto, «Mártires de la Libertad. Don Manuel Ruiz Zorrilla», en memoria del político republicano; quizá todavía influido por la militancia de su padre.
En octubre de 1931 se fundó el Ateneo Obrero de Torrelavega, que atrajo inmediatamente a una gran parte de la población obrera de la comarca, que veía en esta iniciativa una posibilidad de mejorar su vida y su formación con las diferentes actividades que se desarrollaban entre las paredes que albergaron, hasta poco tiempo antes, al primer Centro Obrero de la ciudad. Se había hecho un llamamiento a las
personas de uno y otro sexo que lo deseen, siempre que sean mayores de catorce años y tengan como medio de vida el ejercicio de un oficio o profesión manual o intelectual… un puñado de jóvenes, pletóricos de entusiasmo, emprendemos esta obra… convencidos de que el hombre sin cultura es un autómata, y para evitar que a las masas proletarias… las sigan explotando y convirtiendo los incontinentes en pedestal de sus ambiciones, creamos este Ateneo.[5]
El cual, como tantos otros de origen modesto, el primer objetivo que tuvo una vez logrado un local, fue disponer de una biblioteca, para lo que solicitó donaciones de libros a socios y simpatizantes, ya que «En sus páginas sagradas, puras e incorruptibles, hallaremos proféticas palabras, párrafos de filosófica orientación»[6]. La respuesta fue inmediata y en pocos meses los libros del Ateneo Obrero de Torrelavega circulaban por las casas de los socios. Entre los donantes que habían respondido a la llamada se encontraban personajes de todo tipo: el empresario local Pedro Compostizo, el escritor y político riojano Eduardo Berriobero, el doctor Madrazo, incluso su homónimo Ateneo Obrero de Santander.
No había cumplido el torrelaveguense un año de existencia cuando Anastasio Holguín (San Pedro Latarce, Valladolid, 1905 – Madrid, 1936), del Ateneo Obrero de Santander, habló sobre «El problema religioso» el 9 de septiembre. Siguiendo la costumbre de la institución, resumió en breves palabras la intervención de Holguín, uno de los socios, Puertas, el mismo Rocacorva que reseñó después el acto[7] en La Región.
Dos meses después, el 14 de noviembre, en la primera página del vespertino madrileño La Tierra aparecía una nota con la convocatoria de un concurso de cuentos proletarios, del que publicó las bases al día siguiente, la segunda de las cuales se explicaba por sí sola: «Los cuentos serán “necesariamente” de ambiente proletario, es decir, reflejo de las luchas, los anhelos, las inquietudes, los dolores y las aspiraciones de la clase trabajadora»[8]. La convocatoria tuvo tal éxito que el plazo de presentación de originales tuvo que ampliarse, cerrándose definitivamente el 28 de febrero de 1933. Al cierre se habían presentado un total de 682 cuentos, lo que dilató mucho las diferentes fases de eliminación, por lo que hasta el 19 de agosto no fue posible que el jurado emitiera su fallo, resultando ganador el burgalés Victoriano Crémer, secretario del Ateneo Obrero de León, quien a lo largo de sus 102 años de existencia ganaría muchos más. Entre los trabajos que no obtuvieron recompensa económica, pero sí el mérito de su publicación, se encontraba «La tragedia de una vida», firmado por Abel Puertas Rocacorba, que se publicó el 2 de noviembre de 1933[9].
Pero será a partir de mayo de 1934 cuando el nombre de Abel Puertas o de Rocacorva aparece en las actividades culturales, ofreciendo charlas y publicando en la prensa, a pesar de su profesión que le obligaba a estar viajando continuamente por el norte de España, lo que no le impide hacer algunas cosas. Así, el 25 de mayo interviene en el Ateneo Obrero de Torrelavega sobre «El valor ético del libro», conferencia en la que «Exaltó la literatura que cautiva el sentimiento, se apodera y excita la sensibilidad moral del individuo, produciendo en él una revolución espiritual, la más difícil, pero la más firme, lenta, costosa; pero fecunda»[10]. Tanto su presentación como el resumen de su intervención corrió a cargo de su amigo de la infancia, Fernando Gómez Peláez, entonces vicesecretario del Ateneo.
Cinco días después, el 30 de mayo, Abel dio una charla en el Ateneo Obrero de Santander que llevaba por título «Consideraciones sobre la cultura», en la que «expuso la significación de las palabras Ateneo Obrero, citando también, autorizadas opiniones y criterios de diversos pensadores y filósofos, con relación al libro, punto principal de la charla»[11].
Aunque su trabajo lo mantenía en continuos viajes por todas las provincias del norte, cuando le era posible participaba en la vida cultural publicando algunas colaboraciones en la prensa, así, el 17 de noviembre publicó «El artista, muere; el arte vive», que supone su intervención en la campaña de protesta por el abandono de que fue víctima el escultor torrelaveguense Mauro Muriedas.
Al entrar el año 1935 publicó, en La Región una pequeña colaboración, «Del librepensamiento»[12], con una extensión menor de la tercera parte de una columna, en la que expone lo que significa ser un hombre digno desde esa doctrina. Y en el mes de marzo, en el que durante unos días no aparece la colaboración casi diaria de su viejo amigo, Fernando Gómez Peláez como corresponsal, él publicó el día 15 un artículo sin título, solo bajo la cabecera de la columna habitual de la corresponsalía, en el que expone sus ideas sobre el concepto de arte y las cualidades que debe tener el artista.
Además de escribir para la prensa, cuando su presencia en Torrelavega lo permitía, le gustaba participar en alguna actividad que se organizaba. Así fue cómo en la excursión del día 4 de agosto de 1935, que organizó la Sociedad Amigos del Arte, a Comillas para ofrecer un homenaje al poeta Jesús Cancio, fue Abel Puertas quien ejerció de maestro de ceremonias y, en consecuencia, «con emocionadas y sentidas palabras, le ofreció el acto, en nombre de todos los presentes»[13]. A continuación, hubo otras intervenciones, una de ellas la de la jovencita Fidelita Díez[14], prima de Abel que desde los once años daba recitales con mucho éxito; leyó una poesía de José María Cañas dedicada al maestro y El entierro de Chumacera del poeta homenajeado.
Justo un mes después, el 4 de septiembre, Fidelita, a la que la prensa la solía calificar como «gentil recitadora», ofreció un recital en la sociedad de tenis de Suances, «Costa-Azul»[15], a beneficio de la colonia escolar de niños huérfanos de Burgos. El presentador fue el químico y escritor mejicano Carlos G Chabat que hizo una admirable semblanza de la protagonista del acto, la cual fue aplaudida al final de cada poema. Cerró el acto Abel Puertas, que agradeció, en nombre de los niños, a los asistentes su presencia.
En otra de sus breves estancias en la ciudad dio una conferencia, el 18 de octubre, en la Biblioteca Popular de Torrelavega, para los Amigos del Arte, en la que repetía el título de la del 30 de mayo del año anterior, «Consideraciones sobre la cultura». El acto fue presentado también por Chabat, según escribió dos días después su amigo Fernando Gómez Peláez, quien resumió la conferencia así:
Esboza y analiza con verdadero gran acierto diversas concepciones de la cultura, y con una posesión y un estilo original exalta el amor al estudio razonándolo en que únicamente así es posible la mejoración y la superación cultural del individuo.
Abunda en citas, conceptos profundos, estudios históricos, recuerda y expone con acierto frases de Margall, y termina su magnífica charla con un pensamiento del gran histólogo Ramón y Cajal, que es acogida con aplausos unánimes.[16]
Después de varios años en Cantabria, Carlos G. Chabat, que llegó de México, como estudiante, volvió a su país dejando en los que le conocieron un vacío difícil de olvidar. Su evolución lo había llevado a ser una persona imprescindible en asuntos de cultura, arte, literatura, beneficencia, y organización. Todo lo cual hizo que el aforo estuvo completo en la Biblioteca Popular de Torrelavega en la noche del 30 de noviembre de 1935, en la que celebró su conferencia de despedida. A continuación, se le ofreció una cena organizada por la Asociación de Amigos del Arte al final de la cual, Abel Puertas pronunció unas palabras en las que repasó lo que la presencia de Chabat supuso en varias entidades torrelaveguenses.
En Duález, localidad del municipio de Torrelavega, se había inaugurado, el 13 de diciembre de 1931, el centro Progreso Cultural de Duález, con una biblioteca que tres meses después tenía unos fondos de 183 títulos, conseguidos solamente por donaciones, entre las que destacó la de Hermilio Alcalde del Río, cuya aportación fue la mayor de todas, con 40 volúmenes, que superaba incluso a la del Ayuntamiento de Torrelavega. Desde el principio, las diferentes directivas organizaban exposiciones, excursiones o conferencias, cosa impensable unos años antes. El 10 de mayo de 1936 se iniciaba un ciclo que inauguró Abel Puertas con una charla sobre «La cultura y el porvenir espiritual de los pueblos», en la que, a juicio del anónimo corresponsal de La Voz de Cantabria:
… fue mostrando los diversos períodos a que ha estado sometida la historia de la cultura y la relación e influencia que ésta siempre dejo sentir en las conciencias de todos los seres y en el conjunto espiritual de todos los pueblos.
Después de extenderse en diversas consideraciones, concluyó recabando el apoyo de todos para que la naciente Biblioteca de Duález pueda ser en un mañana, no lejano, un grande centro cultural orgullo de propios y extraños.[17]
Tras el éxito de esta, se anunció otra charla en Suances sobre «El libro, la cultura y la libertad», para el 24 del mismo mes, posteriormente se pospuso para el día 31, pero definitivamente se suprimió tras la agresión que sufrió en la noche del día 27, en Mataporquera:
En la noche de ayer el vecino de Torrelavega, conocido como joven de carácter izquierdista, llamado Rocacorva, se hallaba en Mataporquera conversando con el secretario de unificación marxista en un café de dicho pueblo.
Poco después entraron en el establecimiento unos individuos sospechosos que siguieron a Rocacorva cuando éste se dirigía a la fonda donde se hospedaba, y esgrimiendo sendas pistolas le agredieron diciéndole que marcharse del pueblo aquella misma noche pues lo iban a matar.
Este, ante el peligro inminente, así lo hizo pues los cinco cobardes agresores aguardaron la que coges el tren correo a su paso por dicho punto
Una vez en Reinosa, fue asistido de varias lesiones y contusiones.[18]
Era una muestra más de la degradación de la vida en toda España por diferencias políticas. Situación que explotó cuando fracasó el golpe de Estado del 17 de julio que precedió a una guerra civil de casi tres años. La provincia de Santander, contra todo pronóstico, permaneció leal al Gobierno legítimo de la República, y asumió el gobierno provincial el Frente Popular. El estado de guerra eliminó las garantías constitucionales y una de las primeras medidas fue la incautación en los medios de prensa, que se inició en los primeros días de la contienda. Así, el 20 de julio fueron requisados El Diario Montañés y La Voz de Cantabria, días después la Hoja Oficial del Lunes y el 4 de agosto a El Impulsor, de Torrelavega.
Este fue el periódico en el que estuvo trabajando Abel Puertas los últimos meses de su vida. Pero en la Biblioteca Municipal de Santander solo hay algunos ejemplares de catorce años, entre 1880 y 1917, y el conmemorativo de 1975, como se puede ver en el Catálogo de Publicaciones Periódicas de Cantabria de la Biblioteca Municipal de Santander (1809-1996), de 1997[19].
Afortunadamente existe una colección en manos privadas, que permitió a José Ramón Sáiz publicar el libro El Impulsor. 64 años de historia de Torrelavega, con lo que tenemos acceso a algunos hechos y documentos de los últimos meses de la biografía de Rocacorva.
Al no poder consultar dicha colección, no he podido comprobar si las actividades que se han mencionado en las páginas anteriores tuvieron eco en este semanario.
En su libro, Sáiz reproduce el oficio del 4 de agosto, en el que el presidente del Frente Popular de Torrelavega, José Manuel Ruiz, comunica al director del periódico, «la incautación provisional del semanario local El Impulsor, que seguirá editándose bajo el control de este Frente Popular, confiando su orientación a los compañeros Abel Puertas y Fernando Gómez»[20].
Siguiendo la información que contiene el libro, parece que el 9 de agosto, domingo, es el primer número del periódico dirigido por los nuevos gestores. Una pena que no reproduzca esa primera plana, en cambio sí copia entre comillados algunos párrafos. Del editorial, «Al servicio del Pueblo», que aparece en la primera página, podemos leer «aún hay almas enamoradas de la libertad que aman la verdad y admiran la lealtad de un periodismo que no será de escuela, pero que sí es del pueblo…».[21] Y más adelante «A ellas ofrecemos este periódico… Por eso, pueblo, abre los brazos y acoge en tu seno el producto de unos hijos del trabajo que hoy te brindan…».[22]
Sigue haciendo lo mismo con las siguientes cuatro páginas, reproduciendo párrafos en los que queda patente que el estilo del semanario ha cambiado y se ha vuelto una publicación radical de izquierdas. Incluye una ilustración con el cuadro de redacción y colaboradore. Entre estos últimos se encuentran varios torrelaveguenses: León Zamora Salamanca, de 26 años, que moriría meses después; Miguel Martínez Vitorero, de Izquierda Republicana; Tomás M. Gómez, José Luis Palacio, de Socorro Rojo Internacional, y Antonio Herrera, del Ateneo Libertario (antes Obrero) de Torrelavega. También el escritor Manuel Llano, los políticos Ángel Samblancat, Roberto Castrovido, Ángel Ossorio y Gallardo, el periodista Augusto Vivero y los sindicalistas Avelino González Mallada y Lázaro García.
La Voz de Cantabria anunció en la primera plana del 9 de septiembre de 1936, la incorporación como corresponsal de Abel Puertas, desde ese mismo día. Hacia el final del breve texto decía «Nos limitamos, pues, a dar la nueva noticia de esta nueva y valiosa aportación a los servicios de nuestro periódico y a darle fraternal la bienvenida al nuevo y querido compañero».
El radicalismo aumentó, y el 31 de enero de 1937, El Impulsor, pasó de ser un medio de comunicación «Al servicio del Frente Popular» a ser el «Portavoz del frente antifascista». Esta situación de independencia desagradó a las autoridades provinciales, que observaron la evolución del bisemanario mientras la situación bélica era cada día peor en la provincia. A eso se añadió que se a finales del mes de febrero se llamó a quintas al reemplazo de 1937. El corresponsal de Torrelavega en La Voz de Cantabria, Abel Puertas Rocacorva, publicó el día 28 la noticia y la relación de mozos que tenían que acudir a las siete de la mañana al Negociado de Reemplazos del Ayuntamiento para recoger las listas de embarque, y tres horas después presentarse en el Regimiento de Infantería Valencia, en Santander. Entre aquellos mozos aparece el nombre de Abel Puertas Díez.
Su último trabajo como corresponsal apareció el 1 de abril, pero 24 días después quien le sustiruyóa corresponsal, su prima Fidelita Díez, informaba de que la había visitado durante unos días de permiso que tenía. «Algunas manifestaciones referentes a las actividades en los frentes de combate y propósitos para un cercano futuro nos ha hecho, pero la discreción profesional, y más en este caso entre colegas, nos obliga a silenciarlas, prometiendo hacerlas públicas en oportuna fecha».[23]
¿Tendría intención de seguir el ejemplo de su amigo Fernando con la serie de artículos «Impresiones de la guerra»? Quizá, pero lo único cierto es que Abel Puertas Díez, desapareció en el frente de batalla durante la Guerra Civil. ¿Tendría intención de seguir el ejemplo de su amigo Fernando con la serie de artículos «Impresiones de la guerra»? Quizá, pero lo único cierto es que Abel Puertas Díez, desapareció en el frente de batalla durante la Guerra Civil, siendo sargento del batallón 110 del Ejército del Norte.
En 1989 José Ramón Saiz Viadero entrevistó a Fernando Gómez Peláez para el diario Alerta, una de sus respuestas es sorprendente:
¾Parece que sentía usted gran afición por el periodismo
¾Efectivamente. Yo quise hacer un periódico en Torrelavega y para ello reunía varios compañeros entre ellos un tal Abel Puertas Rocacorva, que en la guerra se hizo cargo de la dirección de El Impulsor. Se trataba de un viajante de ideología libertaria que recorría toda España y de vez en cuando recalaba en Torrelavega. A mí me tocó la papeleta de confiscar El Impulsor, cuyo dueño era un impresor apellidado Blanco, muy amigo de mi familia. Se había mantenido durante una gran cantidad de años y los distribuía entre los comerciantes por suscripción, así que daba pena requisarle el periódico. Pero el Ayuntamiento me mandó a mí y luego se hizo cargo Abel Puertas.[24]
Dos años después, Gómez Peláez, da por terminado su escrito autobiográfico, Aquellos años, Torrelavega, en el que apenas cita a Abel, pero al recordarlo brevemente lo hacía de la siguiente forma:
… Blanco Rayón (Manuel), excelente impresor y también buenísima persona, a la que ¾iniciada la sublevación militar en julio de 1936¾, el Comité Local del Frente Popular tuvo la ocurrencia de encomendarme la requisa inmediata de su semanario El Impulsor mandato que cumplí, como era mi deber, e incorporado seguidamente al Frente de los Tornos, hizose cargo de esa labor mi buen amigo y compañero Abel Puertas Díez, del cual ¾aun habiendo realizado para ello gestiones diversas¾ jamás pude lograr noticias concretas.[25]
Hacia el final del escrito se reproduce una imagen en la que aparece Gómez Peláez y Abel Puertas siendo unos adolescentes. El pie de esta fotografía es más extenso de lo habitual:
Foto recuerdo de una excursión escolar de Torrelavega que nos hizo conocer Covadonga …Recordamos alguna vez Abel y yo en los años republicanos como las muy papistas huestes de Gil Robles azuzaban allí la “nueva reconquista” sirviéndose de mercenarios moros… Y así, llegada la guerra civil, mi buen Abel, camarada de clase, como los hermanos Palacios (José Luis y Joaquín) desaparecieron de esta tierra sin dejar rastro, lo cual me ha impedido aún olvidar la pena infinita de sus buenos padres en espera día tras día de los cada vez más escasos trenes que procedentes del oeste de Francia llegaban a Barcelona. Y no he vuelto a saber nada más de ellos.
Así seguimos hoy, por lo menos, en lo que se refiere a Abel Puertas Díez, conocido como Rocacorva, una de las personas a las que las circunstancias personales y sociales lo hicieron madurar precozmente, fallecido antes de cumplir los 24 años.
BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA CANTALAPIEDRA, Aurelio: La Biblia Popular de Torrelavega (1927-1937). Diez años de actividad cultural, Ayuntamiento de Torrelavega, 1988.
GÓMEZ PELÁEZ, Fernando: Aquellos años. Torrelavega. Vivencias, Recueros. Ilusiones y desilusiones de un libertario. París-Santander, 1991.
MARURI VILLANUEVA, Ramón: «La imprenta en Cantabria: una tardía implantación (1792)» en La imprenta en Cantabria. Dos siglos de Historia, 1994.
SÁIZ, JOSÉ RAMÓN: El Impulsor. 64 años de historia de Torrelavega, Ediciones Tantín, Santander, 1999.
Torrelavega, historia de su prensa siglo XIX, Ediciones Tantín, Santander, 2001.
VV.AA.: La imprenta en Cantabria. Dos siglos de Historia, Asociación para la Defensa del Patrimonio Bibliográfico y Documental de Cantabria (DOC) y Fundación Marcelino Botín, Santander, 1994. [Se trata del catálogo de la exposición del mismo nombre que se celebró la sala de la Fundación Marcelino Botín, entre el 25 de abril al 16 de mayo de 1994]
Catálogo de Publicaciones Periódicas de Cantabria de la Biblioteca Municipal de Santander (1809-1996), Ayuntamiento de Santander-Concejalía de Cultura y Deporte, Santander, 1997.
APÉNDICE
«La tragedia de una vida»
Un formidable estruendo, seguido de un grito que desgarró el aire y que penetró en los oídos, hiriéndolos, se oyó en toda la fábrica.
Los obreros, dejando las máquinas, corrieron alocados hacia una esquina de la nave.
¿Qué había sucedido? Una parte del piso superior del almacén se había desprendido, arrastrando en su caída a un obrero, el cual, ante lo inevitable dio ese grito que llegó hasta el corazón, presagiando la horrible tragedia.
Entre un montón de escombros, que los obreros apartaban presurosos, se hallaba el cuerpo de Sebastián Díez, el obrero más querido por todos en la fábrica.
Una voz enérgica y déspota rompió el silencio que guardaban los obreros con esta inhumana frase:
¡A vuestros puestos!
Los obreros obedecieron a regañadientes la orden.
Aquél que con su voz imperiosa ordenaba el retorno a las máquinas era el dueño de la fábrica.
Solo dos obreros se quedaron junto al cuerpo de Sebastián, que parecía dar señales de que vivía
Eran sus mejores amigos desde hacía dos años, Daniel y «Jesucho» como él les llamaba.
Acudió una ambulancia, que había sido llamada urgentemente por los trabajadores, y condujo el cuerpo al hospital.
El ruido infernal de las máquinas continuaba, como si nada hubiera pasado. Solamente los obreros, con el resto grave, y aquel montón de escombros, denotaban el episodio que momentos antes se había desarrollado.
La sirena sonó, y los trabajadores, ya en la calle, respiraron el aire puro que tonificaba sus pulmones, intoxicados por la atmósfera enrarecida de la fábrica.
Algunos entre los que se hallaban Daniel y «Jesucho», acordaron ir a ver a Sebastián ¾si es que vivía¾ o enterarse de su estado, para luego comunicárselo a los demás compañeros.
Fue grande la alegría que se posesionó de ellos cuando les manifestaron que vivía y que podían pasar a verle.
Al contemplarlo, comprendieron por su semblante, que había de vivir pocas horas. Le hablaron.
Siento que se acerca a la muerte y no lo temo ¾decía el herido.
Vivirás ¾añadió «Jesucho».
¡Vivir, vivir! Triste consuelo para nosotros los explotados, que no conocemos más vida que el trabajo, y éste, mal remunerado. ¡No me importa vivir ya, pues perdí todo lo que más quería! Mi mujer, compañera de sufrimientos; y mis hijos, que, para bien de ellos, no llegaron a conocer las ruines pasiones que anidan en esta avarienta sociedad actual… La muerte me llama, y hacia ella voy.
Vivir, ¿para qué? Mi vida ha sido un tormento continuo.
Mi juventud ¾continuó¾ fue una ascensión penosa por el camino de la vida. Sin padres, ni ningún familiar a quien poder contar mis dolores, fui recorriendo esa trayectoria, donde no sólo se dejan pedazos de honra, sino también caudal de prestigios y energías agotadas. Mis únicos compañeros fueron los libros. Procuré con mi esfuerzo ser un hombre. Hablaba a los compañeros del taller de las injusticias sociales, de nuestras privaciones, de nuestros sufrimientos, y sembré por doquier la semilla de la rebelión.
Un día, que nunca olvidaré, conocí a una muchacha que me agrado. Era una obrera que trabajaba en la misma fábrica que yo.
Pasó el tiempo, y nuestros corazones se fueron comprendiendo mutuamente. La confesé mi amor y la hablé de formar un hogar. Pero me hizo ver el único obstáculo que había. Su padre, anciano ya, al que, a pesar de nuestro amor, no podía abandonar. Le dije que aquello no era inconveniente ni impedimento; que viviríamos los tres en la misma casa y que yo le querría como si fuera mi padre.
Me uní con ella sin más lazos que nuestro cariño, sin cura ni juez. Fruto de aquel amor fueron un niño y una niña. Un día, la muerte, con su guadaña, penetró por los resquicios de la puerta y se llevó al «padrecito», como yo le llamaba al padre de mi compañera. Antes de exhalar el último suspiro me dijo: «Hazla feliz; se lo merece». Pasó el tiempo y con él se fue olvidando aquella tragedia que conturbaba nuestro ánimo.
El herido, en este momento de su narración, exclamó.
¡Miradlos; ahí están!
Los obreros, que habían permanecido sin moverse desde que comenzó el relato, miraron hacia donde señalaba, y no vieron más que la pared. ¿Deliraba? Acaso.
¡Sí, sí, ahí están! ¾agregó Sebastián¾. Es una larga fila de niñas que se acercan a nosotros cogidas de dos en dos de la mano. Todas visten igual: un sencillo de delantalito de percal sin ningún adorno… Lo suficiente para cubrir sus carnes; no necesitas más. ¡Es una caravana de incluseras! Delante va una monja de rostro pálido, enfermizo, y me mira un instante; luego dirige la vista al suelo y continúa su camino automáticamente. Las niñas van pasando, y también me miran con extrañeza. Sus toscos zapatos producen un rumor confuso al pisar. ¿Por qué estará estas niñas tan amarillentas? ¿Por qué tienen todas ese aire de imbecilidad? ¿Por qué no andan como las demás criaturas? ¿Por qué no charlan y ríen como ellas? Siguen pasando: esta de pelo rubio ensortijado, se me antoja ser el fruto de un falso amor. Su madre la depositó en el «torno» para que no la avergonzara la vecina chismosa. En aquella otra, la más escuálida y raquítica de todas, quiero ver la hija de uno de esos hombres que lo son todo y no son nada; uno de esos hombres que hacen de bestias cargando pesos enormes, que van a la siega, que piden limosna o limpian las sentinas y mueren asfixiados en los pozos negros…
Llega junto a mí otra monja (la que tiene supuesto en medio de la columna infantil); es igual que la primera: el mismo rostro pálido, enfermizo, la misma vista sin expresión errando por el vacío…. Pasa…; y luego más niñas iguales a las anteriores… Ya llegan las últimas; solamente se diferencian de las primeras en que son un poco más crecidas… Detrás, como cerrando aquella comitiva que es una vergüenza de la sociedad actual, y arrastrando pesadamente los grandes zapatones, como si la tierra, olfateando una presa, la trajera hacía sí, veo otra monja, más vieja, de rostro enjuto, apergaminado, de mirada fría, muerta…
Un pensamiento horrible ¾dice Sebastián continuando su relato¾ cruzó por mi mente… ¿Si mis pequeños algún día?... ¡No!... Ellos no serán nunca anillos de ese reptil.
Así pensaba yo en aquellos momentos en que, como ahora, contemplaba la triste caravana.
Me alejé de allí y apresuré el paso para llegar cuanto antes a mi casa. Ya en ella, después de abrazarles y besarles frenéticamente, les expliqué:
Yo no quiero que vosotros viváis de limosnas; yo no quiero que vistáis el delantalillo que hacen las monjas de rostro pálido.
A mi mujer le extrañó aquello; pero cuando supo porque hablaba yo así, exclamó:
¡No, que nunca sean eso!
El tiempo pasó, y con ello olvidé aquella nube negra que se cernió sobre mi cabeza. La dicha y la felicidad habían sentado su base en mi casa y entre sus moradores; pero no obstante, la desgracia me perseguía, y ésta vino a cebarse en mis hijos. Primero uno y después otro vendían su tributo a la muerte.
Tuvo Sebastián que interrumpir la narración de los episodios de su vida, pues se ahogaba.
A los pocos meses ¾continuó¾ la madre, no pudiendo resistir tanto dolor, les acompañaba a la tumba, y yo juré que sería fiel a su memoria.
Siento que la vida se me va; pero antes quiero deciros: ¡Vivid para luchar por esa otra sociedad que ya alborea en el horizonte vivificador… de una Humanidad nueva!
Un temblor que conmovió todo el cuerpo de Sebastián fue el epílogo de aquella vida y de sus últimas palabras.
Y aquella tarde la paz silenciosa del cementerio civil era rota por la voz de «el Avanzao» ¾nombre que le habían dado sus compañeros por las ideas que profesaba¾ que pronunciaba ante la multitud que había acudido a acompañar el cadáver de Sebastián las siguientes palabras:
¡Que todos, en conjunción suprema y explosión unánime, hagamos desaparecer esta sociedad actual, sustentadora de esclavitud y de injusticia, y vergüenza, en fin, de todas las generaciones presentes!...
Y dicen que en aquel instante rodó una lágrima por las mejillas de «el Avanzao», ¡el hombre que nunca había llorado!
[1] Listado realizado a partir del libro Torrelavega, historia de su prensa siglo XIX, de J. R. Sáiz.
[2] Sobre este periodista anarcosindicalista véase: «Fernando Gómez Peláez: vivencias, recuerdos ilusiones y desilusiones de un libertario torrelaveguense», de Miguel Ángel Solla Gutiérrez, en Altamira, 60, 2002, pp. 79-94. «Fernando Gómez Peláez: crítica y disidencia en el movimiento libertario», de Eduardo Romanos Fraile, en Ayer, 67, 2007, pp. 235-254. Y Fernando Gómez Peláez. Antología, Editorial de la Universidad de Cantabria, Santander, 2018, con estudio preliminar de Eduardo Romanos.
[3] GARCÍA CANTALAPIEDRA, Aurelio, La Biblioteca Popular de Torrelavega (1927-1937) Diez años de actividad cultural, Ayuntamiento de Torrelavega, 1988.
[4] La Región fue el único periódico de la provincia en el que publicó sus artículos de opinión, reseñas, etc., antes de ser corresponsal de La Voz de Cantabria en Torrelavega.
[5] «Ateneo Obrero», El Cantábrico, 11/X/1931, p. 6. Se trata de un comunicado que se publicó en varios rotativos de esos días.
[6] Idem id.
[7] Rocacorvas, «Torrelavega. Ateneo Obrero», La Región, 9/IX/1932, p. 3. La s final tiene que ser un error tipográfico porque no volvió a aparecer en ninguna publicación.
[8] «Bases del gran concurso de cuentos proletarios organizado por LA TIERRA», La Tierra, 15/XI/1932, p. 4.
[9] En Apéndice se reproduce este cuento, el único texto de ficción de este autor que se conoce.
[10] «”Rocacorva” en el Ateneo Obrero», El Cantábrico, 27/V/1934, p. 6.
[11] «En el Ateneo Obrero», El Cantábrico, 31/V/1934, p. 1.
[12] Rocacorva, «Del librepensamiento», La Región, 16/I/1935, p. 1.
[13] CAYÓN, Paco: «”Los Amigos del Arte”, en Comillas», El Cantábrico, 6/VIII/1935, p. 9.
[14] A la que Cancio dedicó el poema Romance del entierro de la gentil recitadora de mis versos, fallecida con diecisiete años, tras un «encuentro» con cinco falangistas, en la cárcel de Torrelavega.
[15] GÓMEZ PELÁEZ, «Notas de arte en Suances», La Región, 6/IX/1935, p. 2.
[16] GÓMEZ PELÁEZ, «Rocacorva en la Biblioteca Popular», La Región, 20/X/1935, p. 2.
[17] «El acto del domingo en Duález», La Voz de Cantabria, 12/V/1936, p. 6.
[18] «Joven izquierdista agredido», La Región, 28/V/1936, p. 1.
[19] Sin tiempo ya para consultarlos, me informan de la Biblioteca Municipal de Santander, que además de lo indicado, hay unos cuantos ejemplares microfilmados de 1936 y 1937. Parece que también tienen algunos en el Archivo Municipal de Torrelavega.
[20] SÁIZ, José Ramón, El Impulsor. 64 años de historia de Torrelavega, 199, p. 178.
[21] SÁIZ, José Ramón, El Impulsor. 64 años de historia de Torrelavega, 199, p. 179.
[22] Ibidém.
[23] DÍEZ, Fidelita, «Grata visita», La Voz de Cantabria, 25/IV/1937, p. 5.
[24] S.[aiz]V.[iadero], «Confiscar El Impulsor», Alerta, 19/VII/1989, p. 56.
[25] GÓMEZ PELÁEZ, Fernando, Aquellos años, Torrelavega. Vivencias, Recueros. Ilusiones y desilusiones de un libertario. París-Santander, pp. 36-37.
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